Fe, esperanza y miedo. Preparado para el fracaso, listo para el éxito
o soy una persona particularmente positiva. Algunos me consideran un pesimista antropológico. Yo me considero constructivamente pesimista. O un realista. No sé si por genética o por deformación profesional. Al ser emprendedor y empresario te acostumbras a hacer posibles escenarios sobre el futuro, y pronto aprendes a que lo mejor es pecar de prudente. Y en esas circunstancias, yo suelo apostar por un escenario pesimista pensando que, si luego la suerte, el destino o la vida me favorecen, mejor que mejor. Preparado para el fracaso, listo para el éxito.
Eso hace que muchas veces, cuando me preguntan por lo que estimo que vendrá, suelo dar una visión que la gente entiende pesimista. De nuevo, yo la entiendo realista. Fundamentalmente porque he aprendido a diferencia tres cosas: fe, esperanza y miedo. A mucha gente cuando ve un futuro difícil le entra miedo. Miedo a lo que vendrá, a lo que puede pasar. Es un sentimiento generado por nuestro cerebro ante una situación que no existe. Por algo o hacia algo que aún no ha pasado. Por eso se llama “pre-ocupación”. En el fondo no tiene sentido tener miedo a los monstruos que genera nuestra imaginación.
Para contrarrestarlos en nuestro propio juego mental imaginado revertimos a la esperanza. La esperanza es el sentimiento que nos creamos en nuestra cabeza de que algo saldrá a nuestro favor en un futuro incierto. Otra vez, es producto de nuestra imaginación. El miedo es el reverso de la esperanza. La esperanza es el anverso del miedo. Son dos mecanismos imaginarios que nos ayudan en tiempos de incertidumbre. Pero son peligrosos por qué pueden dejar de ser simples emociones y convertirse en las lentes que utilizamos para ver la realidad o el futuro.
La esperanza y el miedo son tremendamente parecidos para mí, precisamente por cómo sesgan nuestros cálculos. El wishful thinking es precisamente confundir nuestros deseos con la realidad y pensar que todo saldrá como pensamos. El miedo hace lo contrario, y nos hace pensar que todo saldrá justo como no deseamos. Y ambos nos pueden hacer actuar de forma errónea, que es lo verdaderamente peligroso. Tanto durmiéndonos en los laureles (porque todo va a salir como espero) como sobrerreaccionando (voy a venderlo todo que viene el Apocalipsis). Ni una cosa ni la otra.
En tiempos de incertidumbre, como todos, tengo miedo y esperanza. Pero como entiendo que ambos deforman mi visión del mundo, busqué algo entre medias que respondiera a mi vision personal: la fe. No religiosa, sino la fe empírica. La que nace de la trayectoria personal de cada uno.
Mucha gente confunde fe y esperanza, pero no son lo mismo. La esperanza es el sentimiento por el que esperas que todo salga bien. La fe es la creencia de que pase lo que pase todo habrá pasado como tendría que pasar. Da igual lo que ocurra. Todo ocurre porque así tiene que ser y pase lo que pase, saldré adelante. Lo sé. No he dicho que tenga un punto racional, por eso precisamente es fe. Si tienes motivos reales para pensar que todo va a salir bien, no te hace falta fe. Pero cuando no los tienes, como a veces me ocurre, lo que hago es rebuscar en mi memoria y en mis sentimientos para encontrar ese punto que me dice que si hemos llegado hasta aqui, si estoy aqui a pesar de todo lo que me ha pasado, lo volveré a hacer. Lo volveré a conseguir. Así que ten fe en ti mismo y actúa en consecuencia.
No tengas miedo a lo que viene. No te aferres a la esperanza de que todo va a salir como tú quieres. Puede que sí, puede que no. Pero pase lo que pase, siempre podrás contar contigo. No hace falta que tengas mucha autoestima o seguridad en ti mismo. Basta con que tengas fe en lo que serás capaz de hacer.
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