Plato on an iPhone
l otro día escuché a una persona expresar una opinión que he visto formulada muchas veces en los últimos años: ¿Por qué tenemos que aprender cosas como historia, filosofía o matemáticas cuando el iPhone ya lleva una calculadora o tiene acceso a la Wikipedia?
El contexto de esta opinión estaba relacionado con la importancia de estas materias, pero además, se hablaba de que deberíamos prestar más atención a la educación de las emociones en lugar de enfocarnos tanto en ellas.
Antes de entrar en la primera idea, me gustaría visitar la segunda: emociones contra razonamiento.
Vivimos en una sociedad hiperpublicitada. Hay publicidad y contenido — ya sea en formato audio, vídeo o por escrito — por todas partes. La explosión de internet hace que el ser humano consuma más contenido que nunca en la historia.
Bien, tanto el contenido como la publicidad, para hacerlo atractivo, llamativo y enganchar al consumidor, se embadurna de emociones. Desde el miedo al asco, el drama, etc. Todo está impregnado hasta la bandera de emociones.
Pensad en las series que veis, los programas de la tele, las noticias, los libros o artículos. Todo intenta emocionarnos para mantener nuestra atención o para que hagamos clic. Es el truco más antiguo de un publicista.
Pues esta hiperemocionalidad está teniendo dos efectos adversos. El primero es que nos está insensibilizando. Al estar constantemente saturados de emociones, empezamos a no experimentar los matices. Como cuando comes mucho azúcar y necesitas consumir más para que algo te sepa más dulce. Pues sería lo mismo. Al estar todo el día “excitados” emocionalmente, cada vez necesitamos más carga emotiva para obtener el mismo efecto.
Además, con la cantidad de contenido que hay, lo que hace una semana era una tragedia hoy ya es historia. Y si no, haz memoria y piensa que hace siete días todo el mundo estaba pendiente de la paliza mortal que le han dado a un pobre chaval en Galicia, mientras que en ésta se habla sobre el cambio de Gobierno de Sánchez. No deja de ser trágico, pero cada vez las tragedias son más cortas.
El segundo efecto adverso es que la gente empieza a utilizar las emociones para pensar. Como constantemente recibimos impulsos para reaccionar — que no decidir — , empezamos a educar a la población en que lo adecuado es utilizar las emociones para tomar determinadas decisiones. Y si bien es cierto que las emociones tienen un sentido, un lugar y una utilidad, lo mismo ocurre con el razonamiento, el pragmatismo y el conocimiento. Las emociones no son la solución a todo. Hay que amar con el corazón y pensar con la cabeza. Hacer lo contrario es un sinsentido.
Fue en ese contexto que vi una intro de un capítulo de la serie Legion (HBO) que contextualizaba el mito de la caverna de Platón y el mundo actual. En el mito Platón imagina unas personas que están encerradas en una caverna y que no conocen el mundo exterior. Proyectadas en la pared de la caverna ven las sombras de lo que pasa en el mundo real, y como no conocen la diferencia, entienden que lo real es la proyección. Si abandonaran la caverna, no entenderían el mundo porque sólo conocen esas imágenes.
En cierta medida, la pared de la caverna es un prisma que adultera la realidad. La gente confunde las sombras con lo que realmente pasa.
Pues bien, un iPhone es un prisma por el que cada vez más gente ve el mundo. No ve el mundo por lo que es, sino por lo que proyecta dicho prisma. Con grandes dosis de emoción y entretenimiento, éste hace que la gente no vea gente cuando intercambia tweets ofensivos o se desea lo peor por DM. Ven usuarios. Y los usuarios no son personas, no del todo. Son otra cosa. Si esas dos personas se vieran en la calle, probablemente no se hablarían así.
La importancia de aprender filosofía, historia o matemáticas, además de aprender a gestionar nuestras emociones, reside en que precisamente esas materias nos ayudan a descifrar lo más importante a lo que se enfrenta un ser humano: la vida… Y nuestra relación con otras personas. El conocimiento es siempre una llave, nunca una jaula.
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