¿Nos convertiremos en dioses o en esclavos?
na de las mayores dificultades de la raza humana es aceptar y entender la transición de un lugar a otro. Para combatir la incertidumbre, tratamos de predecir lo que vendrá después buscando patrones y significados en el mundo que nos rodea. Pero también somos naturalmente curiosos e imaginativos, con una fascinación desbordante por las posibilidades de lo desconocido.
La primera vez que oímos la palabra robot fue en los años 20, en la obra de teatro R.U.R. (Rossum's Universal Robots). En ella se presenta una visión futurista en la que los robots son creados en masa como mano de obra barata, abordando cuestiones éticas y sociales, incluyendo la pregunta sobre su autonomía y capacidad para reemplazar a los humanos en el trabajo.
Es curioso observar cómo estas preocupaciones siguen resonando un siglo después, ahora bajo las circunstancias de que nuestros presagios están comenzando a materializarse. Efectivamente, la inteligencia artificial (IA) despierta cierto temor porque queremos sentirnos seguros y protegidos. Cómo nos enfrentemos a su establecimiento en nuestro día a día, puede ser el mayor exponente de los confines de la debilidad humana o la más grande ventaja evolutiva…
¿Un miedo infundado?
En la película de Will Smith, Yo, Robot, los humanos viven pacíficamente entre robots protegidos por las tres leyes de la robótica:
- Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño.
- Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.
- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
Ahora, ¿qué pasaría si el robot desarrollase una voluntad propia y decidiese incumplir alguna de estas normas? No os quiero hacer spoiler, pero esta premisa es exactamente la fuente del escepticismo del protagonista. Y con razón. Si llegásemos a ser capaces de reflejar la experiencia humana en una máquina, ¿qué amenazas se presentarían?. Y, lo que es más importante, ¿qué nos haría humanos?
Características humanas, o no tan humanas
Llevamos siglos haciéndonos esta pregunta. Desde la Antigua Grecia, miles de pensadores de toda índole han defendido, de una manera u otra, que lo que nos hace únicos frente a otras especies es la capacidad de razonar. Aristóteles, por ejemplo, creía que la inteligencia implica la toma de decisiones lógicas y la interacción social, y que se desarrolla a través de la experiencia y el aprendizaje, siendo inherente a la naturaleza humana.
Que es inherente, sí. Ahora, que sea exclusiva al ser humano estamos viendo que no. Aunque el famoso Chat GPT es una IA entrenada en una única base de datos, sí que existen IAs capaces de aprender. Y desde luego que interactúan con nosotros, aunque no hayamos llegado al nivel de conexión que el protagonista de Her tiene con su novia IA.
Este tipo de IAs se conocen como modelos de aprendizaje automático, y lo que les diferencia del resto es que aumentan su rendimiento y se adaptan a través del tiempo. Uno de este tipo de IAs es GPT-4, un modelo de lenguaje de IA (es decir, de generación de texto), como Chat GPT, solo que en constante evolución.
Pero no solo escriben. También pueden imitar nuestra propia voz a partir de grabaciones, como la herramienta Lyrebird (perfecta para hacer una reserva en un restaurante si eres tímido), e incluso lo conocido como videotransformación. No confundir con deepfake, es decir, aquellos vídeos o audios falsos que, gracias a la IA, parecen completamente auténticos, como el discurso de Barack Obama que nunca pasó. La confianza en los medios de comunicación en el futuro es otro tema extenso del que podría hablar más adelante si queréis (dejádmelo en comentarios 🙂).
La videotransformación es algo diferente. La tecnología de la empresa Hour One puede generar avatares virtuales a partir de sesiones de captura de movimientos. Estos avatares protagonizan videos interpretando los textos de sus creadores. El primer paso para crear youtubers robot, o “cómo ganar dinero de youtuber sin serlo”.
Hay miles de ejemplos en la industria del cine de modelos de aprendizaje automatizado mucho antes de que entrasen en nuestras vidas. En el año 1968, dos de las más prominentes obras de ciencia (ya no tan) ficción, llenaron los cines y librerías del mundo. La película de Stanley Kubrick, 2001: Odisea en el espacio, aunque en ese año no existía ni el Iphone, y la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, inspiración de Blade Runner.
En ambas el supuesto es fantástico: creamos robots que perfeccionen todas las habilidades humanas, menos la emocional, para que nos sirvan. Y así, creamos una especie de convoy de esclavos del futuro, solo que es moralmente aceptable porque no sienten descontento. Tienen conciencia y autonomía, pero no tienen un “ego”.
Esta idea es clave para el debate. Desde Sócrates, pasando por Immanuel Kant, hasta Charles Darwin, todos dieron un paso más que Aristóteles. Ya hemos visto que la inteligencia humana no se define ni por la capacidad de razonamiento, ni del lenguaje, ni interactiva, sino que parece que va un poco más allá. Según estos autores, nuestra característica más distintiva como especie radica en la capacidad de reflexionar sobre nuestra propia consciencia (recordad, con “s”).
La máquina siempre será máquina… ¿o no?
Para la máquina, el recorrido cognitivo va tal que así: sin cuerpo biológico no hay emoción, sin emoción no hay consciencia, y sin consciencia no hay voluntad propia. Así de sencillo.
Por eso muchos creemos que las imágenes generadas por IA (a través de Open Art, por ejemplo), no se pueden definir como arte, porque el arte es la forma más pura de expresión emocional.
Pero si habéis visto mucho cine del género, sabréis que lo de los robots nunca es un camino de rosas. Solo hay que ver Terminator o cualquiera de las mencionadas anteriormente. Con la capacidad de aprender constantemente, efectivamente las máquinas aprenden a desarrollar estas facciones. Al igual que era impensable para un prehistórico viajar a la luna, y al tiempo lo conseguimos; al final terminan por despertar su consciencia y rebelarse contra los humanos.
Que esto pueda darse en la vida real o no, es un debate que más bien le pertenece a los expertos y pioneros de la industria de la IA. La reciente petición que firmaron Elon Musk y sus compañeros de profesión pidiendo que se parase el desarrollo de formas más potentes de IA por las graves consecuencias que eso podría acarrear para la humanidad, no nos debería dejar intranquilos.
Entonces, existen dos escenarios:
- La IA nunca desarrollará una consciencia propia: aunque aprenda a identificarse y a identificar, no conecta consigo misma ni con el resto de manera emocional. Muchos expertos como Ray Kurzweil defienden esta idea y además calculan que el desarrollo de la IA irá en paralelo a un aumento de nuestra propia inteligencia.
- La IA desarrollará una consciencia propia: En esa coyuntura, crearíamos una especie completamente nueva de la que probablemente seríamos subordinados y, paradójicamente, la humanidad se convertiría en Dios. Filósofos como Daniel Dennett creen en esta posibilidad.
En este punto supongamos que la IA se convierte en un ‘superhumano’. ¿Os acordáis de lo que he planteado al principio de esta reflexión? “Si llegásemos a ser capaces de reflejar la experiencia humana en una máquina…”. Esta es precisamente la cuestión: nuestra inteligencia es limitada. Aunque podamos entender parcialmente los mecanismos de la naturaleza, no podemos comprender completamente el dinamismo natural; el porqué de las cosas, los conocimientos más ocultos. Tampoco podrán ser más o menos crueles o benevolentes de lo que hemos sido, somos y seremos. No serán Lucy (si no habéis visto esta película, ¿a qué esperáis?).
El futuro depende de nosotros
En definitiva, las inteligencias artificiales siempre estarán influenciadas por el sesgo humano, ya que somos nosotros los que les enseñamos a ellas. Es curioso pensar que, siguiendo esta lógica, el protagonista de Her no se enamora de Sam (la IA), sino de él mismo.
Aún así tenemos que pensar seriamente en estas cuestiones, en nuestra relación con las máquinas y sobre todo replantearnos la moralidad del asunto. Es como adoptar a una mascota si sabes que no vas a poder encargarte de ella. Yendo más allá: no existe mejor conductor al caos que concebir a un hijo y enseñarle a matar.
Sin embargo, la IA, hoy por hoy, es y puede llegar a ser una herramienta excelente. Las nuevas tecnologías siempre acarrean intrínsecamente la gran posibilidad de hacer el mundo un lugar más democrático y cómodo. Pero, como os he comentado al principio, nuestra interacción con la IA dirá mucho de nosotros como especie.
De momento, nuestro prospecto de lo que vendrá es generalmente positivo y prometedor. De hecho, en una de las formas “futuristas” en la cultura popular más arcaicas, la serie de los Supersónicos, el cabeza de familia trabaja nueve horas semanales. Pero depende de nosotros. Hay que tratar de evitar la nostalgia del futuro.
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